Territorio Civale

escritora, periodista, nómade

Arte de batalla y compromiso

No son obras amigables. Los cinco artistas dominicanos que integran Quintapa plantean con crudeza los dramas del mundo actual en la exposición Mover la roca, en el C. C. Recoleta.

Cuando se ingresa a la Sala J del Centro Cultural Recoleta la recepción no es amigable, es más bien un mazazo en la cabeza. En un ángulo, contra la pared, dando la espalda, se planta la escultura en tamaño natural de una niña. Si nos acercamos y la rodeamos, con el poco espacio que hay entre ella y la pared, podremos notar que está embarazada, que no tiene pelo y que en lugar de la esperada cabellera, unos parches de goma la cubren como un sombrero maligno con la ayuda de clavos de acero. Así se presenta la exposición del colectivo de artistas contemporáneos Quintapata, Mover la roca, marcando su tono de compromiso y batalla.

Muro, de Raquel Paiewonsky

Allí se verán obras que no escapan a las problemáticas sociales y le hacen frente con esquizofrénicas y saludables pinceladas de belleza. Jorge Pineda es el creador de la inquietante escultura. Siempre interesado en el abuso sexual y psicológico a menores, aborda la violencia contra la infancia y ofrece para esta primera exposición en Buenos Aires su Niña con máscara de piel de muñeca. El drama de las violaciones infantiles, historias de incesto y pedofilia gritan en ese cuerpo inmaduro y desnudo de una nena, salpicada acaso de ¿líquido seminal? y con la ya descripta máscara de piel de muñeca.

Nada es liviano en las dos salas. Al ingresar, sobre la pared izquierda, asistimos desde un mediano plasma al making off de la obra de Raquel Paiewonsky, la más joven de la banda. Se trata de la puesta en escena para un tríptico fotográfico“ expuesto en la pared de enfrente“ donde seis niños parecen plantados (¿o enterrados?) en la arena. Desde los bordes de una playa sin nombre sus cabezas emergen y desde ellas crecen plantas. ¿Niños a punto de morir, niños a punto de nacer, niños rescatados? Elija el menú que más le guste. Simbiosis para salvarnos, la obra aludida, podría ofrecerse como poster para una campaña de la ONG Save the children. Se lo comento a la artista. «No se trata sólo de los niños, sino de todo el planeta “refuta. Es un llamado a la conciencia ecológica a través del arte, y una preocupación por la infancia, sí, por los problemas que le atañen y por su futuro, ya que el modo para salvar al planeta pasa por la forma en que se eduque a las nuevas generaciones». Alguien más que piensa que la sustentabilidad ambiental se encuentra primero en la sangre de los niños y no sólo salvando ballenas. Una alegría.

A continuación, sigue la sorpresa. Es la misma artista la que presenta un particular Muro. Tetas y más tetas emergen de la pared. De tamaño mediano, multicolores, envueltas en nailon o en plástico, todas bordadas a mano. Juntas arman una pared gigante y dan pie al tono de cómo esta artista encara uno de sus temas recurrentes que, junto con la infancia y la ecología, abarcan un aspecto del universo íntimo femenino.

La obra de Tony Capellán parece mentira, un montaje armado con objetos puntualmente buscados. Porque suena increíble que haya encontrado todos esos objetos de plástico en diversas gamas de azul y verde dentro del mar que bordea Santo Domingo. Le pregunto si efectivamente quitó esos desechos del mar: botellas, trozos de secaplatos, utensilios y todo lo que uno pueda imaginar. Frente a su Mar invadido (después de Tony Cragg) un luminoso Capellán me dice que sí, que es verdad, que todo lo recogió con sus manos en sus tardes melancólicas en Santo Domingo. «Cuando estoy triste, voy a la playa y ahí nomás empiezo a buscar piezas y lo peor es que las encuentro. Ocurre que en la ciudad, el mar está muy pegado a la desembocadura de un río que rodea las barriadas más pobres que lo usan como basurero», me explica. Esta instalación a través de un particular juego visual rememora la riqueza y la belleza de las diversas gradaciones cromáticas del Caribe y el alto nivel de contaminación de algunas de sus playas. Un homenaje al escultor inglés Tony Cragg, quien, amontonando materiales, realizó varias de sus obras.

Belkis Ramírez es la artista con más proyección internacional del colectivo. Resultan tan sobrecogedores como incómodos los cuerpos que habitan la instalación Metamorfosis. Cuerpos hechos de soga puntillosamente enroscada, cuerpos que penden del techo con ganchos, como esos que se usan para colar las reses, con cabezas talladas en madera que tratan de mantener la frente en alto. Un modo de dosificada belleza que quizá trate de insinuar en el estupor de quien la mira cómo evoluciona la humanidad, hacia dónde. Y ese lugar no parece un sitio ni acogedor ni seguro.

Con mucha sutileza se expresa Pascal Meccariello, en su obra Panal criollo. Allí compone un políptico con la estructura formal de un panal de abejas, abordando un tema que rompe con la visión de la familia tradicional y la desmitifica. En ella vemos a cada uno de sus integrantes “perro incluido“ aislados, debajo de cada uno: un código de barras. La pregunta que flota es si es que hoy por hoy todo está a la venta, incluida la familia como institución tambaleante y en saldo.

Fernando Castro Flórez, docente de la Universidad Autónoma de Madrid, es el curador de la muestra. Su guión expresa con claridad su posición ante el arte actual, al menos el que a él le interesa. Castro Flórez destaca la importancia de las estrategias situacionistas de tergiversación, «es decir “explica“ una voluntad crítica de desmantelamiento de las formas de comunicación establecidas. El arte interviene en un contexto en el que lo que nos invade no es un bloqueo de la comunicación, sino de las declaraciones del sin sentido».

Puro sentido es lo que se aprecia y agradece en Mover la roca y quizá la cita con la que abre el catálogo lo deje aún más claro. Es un texto del poeta dominicano Pedro Mir: «Para mover la roca se requerirán muchas manos, siempre que la acción de estas manos juntas responda a un acuerdo previo acerca de la dirección, la intensidad, la simultaneidad, etc., del esfuerzo. En resumen, el trabajo en común plantea la comunicación (de comunicare, communis, hacer común) como necesidad material, apremiante e ineludible».

Publicado en Revista Í‘

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