Territorio Civale

escritora, periodista, nómade

Brassai: El húngaro que devoró París

La exposición está integrada por 126 fotografías, pertenecientes a los descendientes del artista, organizadas en seis ejes temáticos: Paris de noche; Paris secreto; Graffitis; Picasso, Surrealismo y Mutaciones. Además, la muestra nos permite apreciar un corto del autor distinguido en Cannes en 1956.

Autorretrato © Estate Brassaͯ

Los lunes de mañana todo parece más lento. Aunque la cita sea a las 12 del mediodía.

Llego caminando para despejarme con el frío polar que invade todo el país a las 12 y cinco. La sensación de tiempo demorado no es sólo mía. Cuatro trabajadores lidian torpemente con el cartel gigante que anuncia la muestra de Brassai “nacido Gyula Halázs, el fotógrafo húngaro que desarrolló toda su carrera en París a principios del siglo XX-. El cartel muestra en tamaño gigante su famosa fotografía llamada ‘El beso’, una pareja en un bar a punto de besarse, el acto íntimo en un lugar público no consumado. El ralenti de los trabajadores me tranquiliza. Efectiva-mente, adentro se amuchan varios colegas, a todos nos reparten pulcros dossiers, pero la visita profesional parece que está ligeramente demorada. No tanto como podríamos imaginarnos, antes de que el reloj clave la y media, el grupo nutrido se encuentra subiendo al primer piso para asistir a la visita guiada por Agnes de Gouvion Saint Sir, la exótica curadora de la muestra de Brassai, precedida por los breves discursos del director del Museo Nacional de Bellas Artes, que alberga la muestra, y del Embajador de Francia.

Pero, ¿quién es Brassai?. Un hombre curioso que nació en Hungría en 1899, hijo de un profesor de francés, criado en la devoción por Francia y que antes de cumplir los 25, con una mano atrás y otra adelante, se mudó a París para hacer una carrera. Primero trabajó como periodista, vendiendo notas para diarios húngaros, polacos y ocasionalmente rumanos. Luego empezó a ilustrar sus notas con sus propias fotos. Luego sólo se dedicó a fotografiar a tal punto que hoy se lo reconoce como uno de los artistas pioneros de la fotografía moderna junto a Man Ray y Moholy Naghi.

Brassai amaba la noche y la muestra, que puede verse hasta el 26 de septiembre en el marco del Festival de la Luz, patrocinada por al Embajada de Francia, nos cuenta su obra en 7 capítulos, el primero de los cuales, París de noche, está dedicado a sus paisajes nocturnos. ͍conos de la ciudad sin personas, planos cerrados de adoquines, baños públicos, plazas. Todos con el mismo sistema de iluminación. Sólo la que legítimamente la calle brinda “faroles de kerosene- y la luz ocasional de las luces de algún coche. El método de trabajo de Brassai es bien artesanal. No lleva sus luces, apenas su trípode y su cámara “tal como se puede ver en la primera fotografía con que abre la exposición, un puntilloso autorretrato-. Brassai fuma y su cigarrillo tiene que ver menos con un vicio que con un método de trabajo. No emplea obturador. Mide el tiempo según se va consumiendo su cigarrillo y mide la distancia con un piolín al que él mismo le estipula un metraje de 40 cm por tramo. Así trabaja y así se luce.

El segundo capítulo de la muestra se llama París Secreto y está dedicado a los rincones que por los tiempos de Brassai “ entre finales de los años 20 y principios de los 30- la ciudad luz mostraba su veta más oscura. Los prostíbulos de la Place de Cliché, las prostitutas de Montparnasse, ‘los chicos malos’ que las rodeaban y toda esa vida de trampa sexual clavada en los barrios rojos de los tiempos modernos de París.

El capítulo tres se llama Picasso y exhibe la íntima relación de Brassai con el pintor malagueño. Brassai fue de los pocos a las que el mañoso Pablo dejó entrar a su estudio y fotografiar sus detalles, su proceso de trabajo, sus modelos y sus mujeres. Así vemos por entonces dos retratos poderosos, el del propio Picasso, un hombre de mediana edad con una mirada de hierro, y el de Dora Marr, su mujer por esos tiempos, la pintora que enloqueció de amor como tanta otras por el misógino y cotizado pintor.

El cuarto capítulo corresponde al concepto de Surrealismo y abre, como para marcar su destino, con un retrato de Salvador Dalí y su mujer-musa, Gala. Continúan una serie de tomas en macro de pétalos de flores, alas de mariposa, un dedal, la carne viva de un cactus, un erizo, una estrella de mar, que en su cercanía se convierten en otra cosa y marcan el camino de lo que 60 años después haría Mappletthorpe con los mismo objetos y con similares situaciones, esta recurrencia me la sopla Sara Facio, curadora del Museo y eximia fotógrafa nacional.

El quinto capítulo corresponde a Graffitis, tallados puntuales realizados sobre las paredes de la ciudad por Brassai. El considera que el verdadero museo está en las calles y en estos particulares graffitis se puede observar su pensamiento sobre el mundo. No corresponden a slogans, sino a verdaderas obras, precursoras del contemporáneo Banski. No son pinturas. Brassai talla la pared, la perfora, la agujerea, espera el don de la posteridad. Pero teme que todo se borre y perpetua sus obras “corazones y rostros mayormente- fotografiándolos un tiempos después. Está tan obsesionado con la duración de los mismos en los espacios públicos que cada semana acude a comprobar su estado, cada vez nota una modificación, un hecho que considera inevitable y es entonces, que para atrapar el momento, decide registrarlos con la perpetuidad de su cámara.
El sexto capítulo, Mutaciones, está dedicado al trabajo sobre cuerpos desnudos de mujer sobre el mismo negativo intervenido y fotografiado una y otra vez hasta que el cuerpo original se convierte en algo irreconocible. El trabajo de experimentación, llega aquí en la obra de Brassai, a su punto más alto.

Por último, la muestra nos permite apreciar un corto distinguido en Cannes en 1956, Menos mal los animales no hablan, una film en 16 mm rodado enteramente en un zoo y dedicado a la vida tranquila de elefantes, monos, focas y pingͼinos, entre otras tantas bestias encerradas y silenciadas. Esta es la primera muestra monumental de Brassai -126 piezas.- que llega a Buenos Aires. Las fechas de las obras (entre 1925 y 1944) impresionan por su modernidad y su actitud de vanguardia, con tan pocos medios, con tan pocos maestros. Brassai se formó mientras hacía, no acudió a ninguna escuela ni tuvo guías. Fue pura intuición y con ella se animó a aplicar todos los soportes del arte, desde la fotografía pasando por la escritura, la escultura y la pintura.

Un creador imprescindible para apreciar en sí mismo y para comprender las claves del arte que llegó después de él.

Publicado en Asterisco, de ElArgentino

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