Territorio Civale

escritora, periodista, nómade

Grasse, la orgía del perfume

Provenza es también una tierra que encierra el embrujo del aroma. Carga sobre el enigmático pueblo de Grasse con la historia de aquello que hombres y mujeres usaron como un ritual que creció bajo el soplo perfumado de distintos poderes y creencias. Para limpiar los cuerpos cuando abandonaban la vida, para ahuyentar la envidia de los cuerpos aún vivos y finalmente para cotizar en el más sofisticado de los juegos del poder, la seducción. Así es; a 12 kilómetros de Cannes y a 30 de Niza, Grasse se erige, fantasmal y luminosa, como la capital mundial del perfume.

Una ciudad gótica abandonada por sus habitantes aristocráticos que dejaron en ella la huella de sus exquisitos edificios, de sus pequeñas plazas con fuentes y canales ahora enterrados, de sus hogares con terrazas y vistas a los Alpes y al mar y, sobre todo, que afianzaron su herencia en tres museos para el recuerdo de un estilo de vida en extinción.

Hoy sólo se escucha en sus calles el balbuceo entremezclado de los turistas con las voces cada vez menos extrañas de una inmigración más arraigada que emergente. Ese sonido es el rumor de la ciudad, que mientras se recorre parece abandonada desde hace un minuto, como quien huye de una plaga. En cambio, en las esquinas centrales donde se alza la zona del villorio moderno se encuentran los laboratorios en los que se destilan las fórmulas mejor guardadas del mundo, las que construyen la esencia de los perfumes y articulan una riquísima industria. Secretos escondidos con ingenio, pero mostrados en cuotas de un rompecabezas que nunca se podrá armar a cualquiera que se atreva a husmear entre ellos.

La ciudad, que hoy cuenta con poco más de 40.000 habitantes, puede recorrerse siguiendo tres itinerarios estrictos que harán que quien la pise pueda conocer sus facetas, aun las aparentemente más insondables.

El camino del perfume

Además de las destilerías de las distintas marcas -Fragonard, Galimard y Molinard, entre otras-, Grasse cuenta con un museo único. Se trata del Museo Internacional del Perfume. En él se puede comenzar a desgranar el costoso secreto conociendo los procesos de creación de las esencias, de destilación y de extracción. Las tres etapas de un perfume. Cuenta además con una primera planta en la que se exhiben con lujo y buen gusto todos los frascos de perfumes diseñados hasta el momento, desde una deliciosa miniatura con forma de mano del siglo XV hasta el frasco cibernético del más arriesgado diseñador francés contemporáneo. La creatividad en el dibujo de las etiquetas ocupa otro piso y constituye una verdadera muestra de la historia del arte y delmarketing desde el siglo XV hasta nuestros días.

Pero el mayor aliciente es el que el visitante puede encontrar en la terraza, donde tendrá el placer de oler las esencias base desde las que se elaboran los perfumes. En un invernadero especialmente diseñado para tales efectos, con luz y temperatura estudiadas, se puede asistir a una fiesta privada donde la propia nariz se deleita en cada breve inspiración. Ese momento mágico vale la visita a Grasse. Es la orgía sibarita del aroma. Pero el viaje aún no termina, porque Grasse, tímida y pequeña, tiene aún más para mostrar.

La ruta del arte

La ciudad gótica abandonada tiene en la plaza del Puy una catedral del gótico temprano con fachada lombarda en cuyo interior se encuentra una riqueza insospechada: tres cuadros de Rubens y dos de Fragonard, pintor nacido en Grasse que cuenta, además, con su propio museo.

La ciudad vieja puede recorrerse sólo a pie, y además de su catedral destacan la antigua plaza de Aix de Aires -donde se ubican las mejores terrazas para almorzar, tomar un café o un trago al aire libre-, la plaza de la Poissonerie, donde se instalan los talleres de los artistas plásticos de la zona, y la variopinta Rue de Maribeau, donde se encuentra el Museo de Arte e Historia de Provenza, cuyo recorrido permite conocer las costumbres de la zona en su momento de apogeo medieval.

Una excursión por los campos

El bulevar Franogard, sólo para recorrer en coche o bicicleta, rodea la ciudad convirtiéndose en su eje, pero también en su frontera. A sus flancos pueden apreciarse las silenciosas vistas de los Alpes y a lo lejos se intuyen los bordes marinos de lo más granado de la Costa Azul: Antibes, Cannes y Niza. Como un exabrupto en el medio del itinerario aparece el casino de Grasse, abierto todas las noches, un remedo de los grandes casinos franceses.

Publicado en El Viajero, de El País

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