Territorio Civale

escritora, periodista, nómade

Proyecto Bonzo: Donde no hubo fuego

Bonzo tiene que dejar de ser un secreto porque el arte palpita también fuera de los museos. Y en los marcos de Proyecto Bonzo la insinuación del ardor se hace fuego por la alta temperatura de sus propuestas. La única inmolación que tiene lugar en Bonzo (la palabra alude a la muerte autoinfligida por la cual una persona se prende fuego) es la que quema un modo de pensar el arte: su realización y su exhibición. Así es, Bonzo se instala en casas que van a ser demolidas para luego convertirse en confortables PH, no en las torres que indiscriminadamente crecen en la ciudad. Entre el desalojo de sus habitantes y la adquisición de la propiedad –siempre una casa construida en un lote amplio– y su derrumbe, existe un tiempo muerto y el artista Juan Giribaldi en complot con los arquitectos de la constructora Metro Building –los que maquetaron y realizarán la nueva propiedad– decidieron hacer de ese tiempo un momento nutritivo donde el lugar, en vez de estar en estado vegetativo esperando su destrucción, se convierta en otra cosa: en taller y lugar de exhibición de obras concebidas para ser mostradas en la casa en cuestión y hacer de ellas, los últimos habitantes.

La chispa inicial la encendió Giribaldi que sumó a sus amigos, artistas y gestores, Carlos Baragli (ex This is not a gallery) y Guido Ignatti (ex Sauna) para urdir el proyecto que hace un mes abrió su CasaDos en el barrio de Nuñez, en Quesada al 3000, pero que ya tuvo su CasaUno hace un año en otra casa de la zona.

Bonzo es en sí mismo una obra que se construye con la casa con destino de derrumbe y las obras que la habitan. Como obra, Bonzo habilita un espacio para que los artistas elegidos por los tres curadores por unanimidad realicen y luego expongan sus obras. Bonzo es obra y artefacto, es la casa dentro de la casa, que en su propia construcción busca que los creadores –emergentes y consagrados– tomen esas paredes sin más (ni menos) que la propuesta curatorial de sumergirse en ellas.

Dicen sus curadores: “Bonzo es cada una de las casas y todas a la vez. Cada espacio tiene autonomía funcional y a su vez formará parte del proyecto total. Cada casa tiene un núcleo creativo fuerte que es integrado por aquellos que quieran desarrollar un asunto en esa situación determinada, y que puede incluir a los artistas responsables, a curadores y a invitados especiales para potenciar la propuesta. El ciclo de trabajo comprende entre cinco y ocho meses para los artistas que usen las instalaciones como taller/laboratorio. Antes de la demolición, se hacen al menos dos aperturas de cada casa con el fin de mostrar las producciones finales, así como también las que estén en proceso, tanto de los artistas en situación de taller como de los invitados especiales”.

Cada nueva casa construida sobre un Bonzo tiene un espacio destinado a mencionar el proyecto que ahí se integró y a los artistas que lo compusieron, enlazando las etapas de la casa, como una transformación del espacio y como una memoria de lo sucedido.

Algunas obras son realizadas específicamente para la casa y otras, ya terminadas y habiendo transitado otros espacios de exhibición, se insertan en la casa como un nuevo espacio a dialogar. Tanto en unas como en otras una cosa es segura: la inminencia del derrumbe que lo tiñe todo. Las obras están cobijadas entre paredes que tienen un destino sellado y por eso su paso por allí es único: inevitablemente irrepetible y fatalmente connotado. Los curadores –Baragli, Giribaldi e Ignatti– utilizan la casa tal como los últimos habitantes la dejaron. No quitan lámparas ni se despojan de electrodomésticos o empapelados, no borran las huellas de los últimos habitantes, las incluyen en su gran obra, esta usina de creación, este espacio expositivo que se puede recorrer precisamente como quien visita una casa con la libertad de armar su propio itinerario. No hay ploteos de textos explicativos en las paredes. Las obras se presentan crudas en un living, en un viejo comedor, en una cocina a medio de desmantelar, en el porche de ingreso, en el baño y en la terraza. No hay rincón deshabitado.

En CasaDos, el Bonzo en curso, participan Marcos Bertucelli, Lino Divas, Manu Fernández López, Jorge Gumier Maier, Rocío Muybien, Ramiro Oller, Verónica Romano, Bar Sardi, Hernán Salamanco y Andrés Sobrino. Todas las obras son notables por su adecuación al espacio y por el uso oportuno y creativo del mismo. Algunos ejemplos probablemente arbitrarios: la fotografía de Bar Sardi en el lavadero que en su réplica casi exacta del espacio donde se monta hace de éste un lugar sin límites; las conocidas esculturas de Gumier Maier lúdicamente instaladas en un living que aún alberga un chimenea y una araña de mediados de los 70, el mural monocromo de Lino Divas en la terraza, la escultura-objeto de Manu Fernández a los pies de un placar inmenso, las esculturas de Ramiro Oller compitiendo con las estructuras anodinas del porche y de un pasillo y así.

Todas las obras tallan una presencia poderosa pero aún en su contundencia no son ellas lo más importante. Lo que cuenta en Bonzo es el transcurrir de una experiencia: montar la casa, elegir a los artistas, que los artistas creen en los espacios asignados, que planten allí sus obras hechas o a medio terminar, que lleguen los visitantes, que llegue la orden de derrumbe, que se desmonte la obra, que la casa deje de ser Bonzo y que Bonzo sea sólo en la memoria de quienes lo transitaron. Otro modo de concebir el arte y su producción, el arte y su destino. Por eso Bonzo ya mismo tiene que dejar de ser un secreto.

Publicado en el suplemento Radar del diario Página 12 en agosto de 2016

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