Se dice que la singularidad es la existencia de únicamente uno, a la vez que la distinción de lo común. Sin embargo, ser excepcional no es exclusivo de la unidad. Cuando pensamos el asunto a partir de una pieza artística, tendemos a suponer que ella deriva de un creador individual. Pero en estos tiempos, probablemente más que en ningún otro, el arte se abre camino a través de formatos que rompen precisamente con el modelo que reduce una obra a un solo artista. La singularidad es fuerte, pero la colectividad arrasa. Una voz puede ser escuchada pero, como dice el dicho popular, aquí también «la unión hace la fuerza».
«En la década de los 90 no fue todo light, hubo grupos de arte, creaciones de colectivos como Intervenciones Urbanas y Fosa. Y actualmente esa tendencia se acentúa, pero no todo es colectivo. Lo que sucede es que ahora es más visible la existencia de grupos por los cambios por los que atraviesa nuestra sociedad», advierte Julio Sánchez, docente, curador e historiador del arte. La historiadora y curadora Andrea Giunta, en tanto, subraya la necesidad de no considerar la creación colectiva como superadora de la individual, sino como dos formas capaces de obtener logros, cada una desde sus particularidades.
En la calle. La Internacional Errorista.
A diferencia de vanguardias históricas como el dadaísmo o el futurismo, que surgieron al abrigo de precisos manifiestos, los conjuntos argentinos creen en las posibilidades de la espontaneidad. «El hecho de trabajar con otros colegas ayuda a sosegar el “ego del artista”», señaló el grupo Mondongo entrevistado por Acción. Según Sánchez, «cuando se actúa en grupo no hay competencia, y esto viene bien tanto para el arte como para la humanidad». Para Manuel Mendanha, de Mondongo, «el ego puede llegar a nublar la manera de producir»; por esa razón, no se imagina regresando a la creación individual.
Peso expresivo
La agrupación de artistas detrás de un mismo frente fue una estrategia que surgió con la democracia para canalizar reclamos urgentes y desesperados. La experiencia de H.I.J.O.S aparece como antecedente con sus escraches político-performáticos a los genocidas, que les dieron otra entidad a sus discursos, donde lo colectivo apareció como una declaración de principios. Tucumán Arde fue un movimiento de artistas que en 1968 dejaron el pincel y pasaron a la militancia política directa. Y eso inspiró a grupos como Gastar y Capataco, además de acciones públicas como el Siluetazo (1983/1984), registrada por el fotógrafo Eduardo Gil.
Poco después los siguieron grupos como Escombros (1988), Art Detroy (1988) y Fosa (1994), entre tantos otros que recurrieron al muralismo, al arte postal y a la teatralización de las manifestaciones públicas para criticar los crímenes de la dictadura, la debacle del alfonsinismo y las recetas del menemismo. Las acciones que protagonizaron tuvieron un impacto social y un peso expresivo innegables. Aquí, el arte, por más político que haya sido, incluso en su variante conceptual, sucedió siempre por fuera de cualquier estructura de poder y va más allá de la palabra.
Pioneros. Un registro de Tucumán Arde.
La crítica de arte de la prestigiosa revista cultural Otra parte, Triana López Baasch, reflexiona sobre el Grupo Arte Callejero (GAC), creado en plenos 90 por Lorena y Vanesa Bossi, Fernanda Carrizo, Mariana Corral y Carolina Golder. «Ante la reflexión genérica y abstracta sobre “el sentido del arte”, me parece que surge otra, a lo mejor más incómoda y compleja: la utilidad del arte. Estas palabras parecerían repelerse, porque la utilidad anularía el sentido artístico de cualquier discurso. Pero también se podría afirmar, con toda seguridad, que el GAC produce un arte útil. Y es acá donde nos encontramos en un punto de tensión que, lejos de asustar a las artistas, las alimenta y las define continuamente», explica.
La cuestión parece anidar en el eje de la producción de estos colectivos, a partir del choque entre lo que es artístico, lo que es utilitario y lo que es político. El qué y el cómo, la forma y el contenido: desde la acción anónima a la performance, pasando por los stencils y los carteles. A partir de la unión del cuerpo y la palabra como forma de visibilización y denuncia, en ese modo de hacer las cosas se cristaliza un manifiesto implícito, que se apropia del espacio público, elige lo colectivo por sobre lo individual, borra la firma de artista y establece redes con otros agentes culturales.
Utilidad. El trabajo del GAC exhibido.
En esos términos parece plantear el tema la Asociación Civil C.R.I.A, formada a su vez por varios colectivos de artistas y productores autogestivos, desde los fotógrafos de SubCoop hasta la editorial Milena Caserola, creadora de la feria del libro independiente (FLIA). La editora Marilina Wilkins describe la esencia de C.R.I.A: «Nuestro propósito es promover proyectos que apuntan a la transformación de la sociedad. El trabajo asociativo se basa en la construcción de plataformas que se articulan en red, enriqueciendo la investigación, el conocimiento y la experimentación de prácticas en formatos diversos como intervenciones en el espacio público, coloquios, sitios web, exhibiciones, talleres, audiovisuales, espacios de economía sin intermediarios».
La Internacional Errorista surfea la misma ola. «La Internacional Errorista es un movimiento internacional que reivindica el error como una filosofía de vida», explica Carlos Trilnick, videasta, investigador y docente. Actualmente son la cabeza artística visible del movimiento antiextraccionista que condena el fracking, centrando sus preocupaciones en Vaca Muerta. Sigue Trilnick: «Hoy el errorismo y sus acciones reciben un amplio apoyo de la comunidad internacional, difundiendo sus prácticas y su filosofía, además de conformarse nuevas células autónomas que se expanden por todo el mundo».
Publicado en la revista Accion en marzo 2020