El ojo de una cerradura de tres metros de alto impacta al ingresar a la galería Ruth Benzacar. La obra atrapa la mirada del visitante a pesar de que está plantada en el fondo de la sala para ser apreciada, quizá idealmente, en el final de un recorrido por otra serie de obras de la artista marplatense radicada en París, Marie Orensanz.

El ojo de cerradura gigante lleva tallado en su arco superior la palabra Invisible, la misma que da el nombre a la muestra que constituye la primera exhibición individual de Marie en Buenos Aires luego de 10 años cuando en la misma galería realizó una gran retrospectiva.

Sin embargo, en 2017 se pudo apreciar una escultura de su autoría, una obra de arte público, Más allá del tiempo, en el marco de Bienalsur. La obra se emplazó en la plaza Rubén Darío, junto al Museo Nacional de Bellas Artes, y consistió un conjunto de doce agujas inmensas de relojes de distintos formatos y alturas que parecían crecer de la tierra y en las que podía armarse la frase que nombraba a la obra.

Este procedimiento de tallar palabras para que quien observa pueda leerlas como un rompecabezas es una de las características del trabajo de Orensanz, pionera en el arte conceptual.

«Invisible también contiene la palabra visible», explica Marie a Infobae Cultura en la galería un día antes de la inauguración al público. «El ojo de la cerradura es un lugar para espiar lo que no está a la vista pero que a la vez, si uno pega el ojo puede verse: visible-invisible. Me gusta que mi obras tengan un sentido inacabado que pueda completar quien la mira».

Probablemente la obra más popular de Orensanz sea la imponente escultura emplazada en el Parque de la Memoria, nuevamente una escultura de gran tamaño, realizada en hierro donde puede leerse oblicuamente: «Pensar es un hecho revolucionario». La obra junto al Río de la Plata de 6 metros de alto por tres de ancho, exuda una potencia rotunda a la vez que destila una sensibilidad a la que resulta difícil ser indiferente en la monumentalidad del Parque.

En la muestra que presenta en Benzacar, una obra idéntica a la del Parque pero en pequeño formato se clava en una de las paredes de la sala. Además de poder considerarse un formato de colección, también puede pensarse como hogareño, próximo y accesible: una suerte de postal en tres dimensiones que recuerdan esa frase inolvidable. Una sentencia de un proceso humano inevitable: la acción de pensar, ¿cómo evitarla?

Más allá del imponente ojo de cerradura, que puede cruzarse como un puente, la muestra abre con un objeto que reproduce una antigua plancha, como las viejas a vapor, donde la palabra «era» domina el plano. ¿Es una era como un período de tiempo o una conjugación del verbo ser? «Las dos cosas» –responde Marie- que no oculta la posibilidad de otro significado y quien confiesa que no fue inocente colocar un objeto doméstico, mayormente manipulado por las mujeres en el hogar, ahora, en Buenos Aires, en 2018.

Posiblemente esa plancha nos venga a decir que hay un tiempo que ya fue: un tiempo de la mujer domesticada, estirando camisas, pantalones, pañuelos, generalmente para otros. Marie dice que es feminista en el sentido de que cree en la justicia, por supuesto apoya la legalización del aborto, pero se cuida mucho de no encerrarse en una palabra –a ella a quien las palabras le gustan tanto y forman parte de su obra como un juego de adivinanzas- una palabra que la podría encasillar a perpetuidad, y lo eterno no es su tiempo favorito.

A Orensanz coquetear con el tiempo la seduce y es también una marca de su obra y de lo que probablemente espera que sea su legado como artista. «El tiempo es la única certeza», dice como al pasar y pasamos a observar otra obra. Las trampas para cazar osos, que parecen dos armas de tortura, y donde se lee la palabra atrapados. Dan un poco de miedo.

Orensanz podría pensarse como una poeta que en vez de escribir en la pantalla de una computadora o en papel, labra sus poemas tipo mini-haikus en materiales sólidos. ¿Se considera una poeta? Orensanz, sin darlo por sentado, lo toma como un elogio pero no afirma ni niega.

«Cada cual atiende su juego» una plancha con dos números uno que se dan la espalda es parte de su manifiesto artístico, así como también «El ambiente condiciona a la gente», donde insinúa su fe vacilante en la iniciativa de los hombres y mujeres para cambiar el mundo. Una artista que duda y que no tiene las respuestas clavadas a pesar de sus 82 años resulta admirable. Quizá la obra que más enfatice esta ambigüedad sea Acordado donde dos cordones se enhebran en el hierro: ¿acordonando? ¿acordando? Todas las combinaciones posibles son bienvenidas por la artista.

Otra de sus obras –Limitada, 1978- hoy puede verse en la impactante muestra Radical Women, curada por Andrea Giunta y Cecilia Fajardo, actualmente en el Museo de Brooklyn pero muy pronto en la Pinacoteca de San Pablo, la última parada de un recorrido que empezó en Los Ángeles.

Su obra viaja pero ella lo hace más. De Mar del Plata de Buenos Aires y de allí a Europa donde en París en 1964 le otorgaron el premio a un artista extranjero en el Salon des Femmes Peintres Scupteurs. Volvió a Buenos Aires, se casó. Se mudó a Italia. Primero vivió en Roma y luego en Carrara donde conoció las posibilidades del mármol. En 1972 se instaló definitivamente en París. A pesar de que Invisible presenta obras realizadas en cobre y mármol, trabajo con fotografía, acrílico y video.

Nunca dejó de viajar a Argentina, como a otros países donde llevó una actividad artística intensa: Alemania, Italia, Dinamarca, Venezuela, Colombia, Estados Unidos entre otros países tienen obras en diferentes colecciones privadas y públicas.

Preparó esta muestra durante tres meses y pronto volverá a subirse a un avión. En Buenos Aires conserva un refugio para sus obras. ¿Un taller? No. Un depósito. «Me defino como una artista nómade» termina diciendo-escribiendo en la breve presentación escrita por ella en primera persona para esta muestra.

Publicado en Infobae en agosto de 2018