Territorio Civale

escritora, periodista, nómade

Karina Peisajovich: Fuera de control

Unas 88 plataformas lumínicas arman un rectángulo en un techo y lo convierten en un cielo de luz artificial. 11×8 plataformas de luz fría cargadas con sensores que detectan la presencia de las personas, arman la instalación interactiva de Karina Peisajovich llamada Lejos del sol. No es cualquier techo. Es el del espacio público del hall de ingreso/salida del Centro Cultural General San Martín de la Ciudad de Buenos Aires, ubicado en la esquina de Sarmiento y Paraná. Un espacio abandonado para el arte y por quienes tenían a su cargo su gestión y que, desde este año, a la cabeza del curador Mariano Soto, vuelve con múltiples significados. Entre ellos, esta última instalación de la artista visual porteña Karina Peisajovich, con esas luces en el techo del hall. Esos soles vibran con un significado inverso al de la estrella gigante que chorrea brillo allí donde se posa. Estas luces están instaladas en un espacio de pasaje. Son luces trampa, luces que no iluminan salvo en la ausencia y no en cualquier ausencia: no iluminan cuando los cuerpos se hacen presentes. Las luces siempre encendidas se apagan cuando por debajo de ellas pasa una persona.

La obra de luz fría encandila en el vacío de seres, pero apenas el espacio es atravesado por un hombre o una mujer, las luces se apagan a su paso. Las luces lo esconden, las luces no delatan. Las luces son buenas cómplices de destinos inciertos, dan libertad al caminante para que se mueva sin deschavar su camino, y el camino que trazan en esa oscuridad se convierte en un escondite perfecto.

En estos tiempos de paranoia e inseguridad urbanas, las luces con sensores se encienden en los edificios de la ciudad ante el paso de un vecino, para alertar al propietario que otro, un ajeno, se acerca a sus paredes fronterizas.

El procedimiento aplicado por Karina Peisajovich en su instalación interactiva narra lo contrario: la falta de delación, la presencia de la ética del silencio/oscuridad para no comprometer al otro como un criminal ante el simple acto de su presencia. La instalación Lejos del sol no delata la presencia de quien puede ser ajeno al espacio. Es cómplice de su anonimato y de su presunta inocencia, porque esas luces encendidas con brío se apagan a medida que detectan un cuerpo. Lo ocultan, lo protegen, lo esconden y lo alejan del sol, que todo lo ve como en un Gran Hermano impúdico, ‘sospechante’ y traidor.

¿Qué es?, es la pregunta que inmediatamente continúa esta nueva instalación lumínica de Peisajovich, una obra que cambia los sentidos de todas sus obras anteriores, donde no sólo dominaba la luz sino el color que, de estas luces, emanaba.

Lejos del sol destila una luz monocroma, tristona, pero con una tristeza de simulacro, una tristeza aliada que aplica al ocultamiento del cuerpo que debería iluminar; ese ocultamiento es su virtud: un acto de cuidado.

En Lejos del sol, la artista juega a las escondidas con los mismos elementos que hoy se instalan en las grandes torres para proteger, supuestamente, la vida de los que las habitan, y encenderse delatoras e impunes, ante el contacto de cualquier cuerpo.

Lejos del sol, por el contrario, se apaga ante la presencia de pieles y huesos vivos, y en su oscuridad devuelve un derecho, el de la privacidad, el de caminar por cualquier ruta sin ser detectado, más allá de las espurias o no intenciones del dueño del cuerpo. Se devuelve “en este acto“ un sencillo e inalienable derecho civil: el derecho a la inocencia antes de que los que tienen a su cargo bajar el martillo de la ley digan ‘culpable o inocente’. Algo así como ‘yo soy inocente en tu oscuridad protectora’.

En esta instalación de Peisajovich, el mundo recupera su inocencia en la oscuridad creada por la artista, que nos libera de la sospecha de que cualquiera que camina por un espacio ajeno lleva la carga implícita de un delito sin nombre. Todos somos inocentes. Ese es el statement de Lejos del sol y, en una sociedad con nuestra historia, esas luces aparentemente anodinas y colgadas de un techo son casi un acto revolucionario, porque conforman un acto de fe en nosotros, los humanos.

Publicado en el periódico Página 12, suplemento Las 12, julio de 2013

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