Texto escrito para el catálogo de la muestra «Los 80 en la calle» que se exhibió en el Museo Historico Nacional en 2022
Es curioso y quizá hasta contradictorio que el vocablo inglés “under” nombre un movimiento que la historia reconoce inequívocamente como vanguardia. “Under” que se traduce como abajo o debajo notablemente refiere a lo que en verdad se coloca bien arriba por derecho propio. Es un movimiento que se luce en los 80s argentinos por todo lo alto. Constituye un engaño que pretenda justificarse porque lo que sucede en la movida vendría a tener lugar en sótanos, ámbitos que se ubican precisamente en lo más bajo de cualquier tipo de construcción. Ni una cosa ni la otra coinciden con la realidad, ni siquiera los sitios donde ese tránsito fundamental para el rock nacional tiene lugar se encuentra en ninguno de sus sentidos debajo de nada, sino más bien al lado de, junto a y fue en esa década dónde marcó un sello de unión y complicidad con otras expresiones artísticas. Y eso aquí es lo que lo define y lo hace resplandecer con una luz diferente. La hermandad declinada, el “all together now” (todes juntes ahora) marca la época e inaugura una versatilidad tan potente que dura hasta hoy.
La década del 80, además de albergar probablemente el pico más alto de este movimiento de nombre arbitrario, abarca un atolondramiento de movimientos históricos definitivos dentro de nuestro país: la guerra de Malvinas, el fin de la dictadura más salvaje y también su final cuando llega la primavera democrática (Ahora, Alfonsin: 1983) que toma como un lujo más que como un derecho la posibilidad de la ”libertad”, siempre con alcances limitados pero que en comparación de los años de impunidad parecían incuestionables generadores de alegría hasta que al final de la década (1989) el disfraz deja de ser sutil con la llegada del menemismo (“Síganme, no los voy a defraudar”). No hay maquillaje que tape nada.
Sin embargo, la música sigue sonando: esquiva balas, incorpora el derecho al deseo de los cuerpos a pesar del saqueo a que estos se ven sometidos por la irrupción de VIH que por entonces es letal, y coloca al rock nacional como aliado y compañero y a veces hasta anfitrión del surgir de nuevas expresiones artísticas cuando los espacios constituyen los verdaderos protagonistas, allí donde todo sucede. Son los creadores de ellos quienes justamente deben pasar a la historia ya que consiguen la maravilla del suceder con su cabeza pensando en otra dirección: la fratria.
EL EINSTEIN, NO SOLO UNA LEYENDA
El Café Einstein es un ícono de inicios de la década, cuando la dictadura todavía homogeniza la escena política. Lo crean Omar Chabán, Helmut Zieger y Sergio Ainsenstein, quien en los 90 crea Nave jungla, el club de les enanes. Sucedían performances de actores junto a micronconciertos de bandas de rock . Allí comenzó a tocar Soda Stereo que abrió con el lugar vacío. La audiencia la armaron los dueños y sus parejas. Sumo tocaba al principio los jueves y después los viernes y sábados y los jueves pasaron a ser día de varieté.
Aisenstein, Chabán y su novia, Katja Aleman, también factótum del espacio, armaron un sketch porno donde terminan tirándose por la ventana y los que no conocen los códigos, realmente pensaban que se habían suicidado. Paradójicamente al Einstein lo cierra Tróccoli, ministro del Interior de Alfonsín en el 83. Allí Aisenstein recuerda que fue Daniel Melingo el que le presentó a Luca Prodan: “Conozco a un pelado que anda gritando por ahí un loco que es mezcla de inglés y tano. ¿Querés que te lo traiga?”.
El Café armó un lugar de resistencia, por el que pasaron pintores como Guillermo Conte, Duilio Pierri y Rafael Bueno. Ahí también debutaron los Twist y Daniel Melero.
El Einstein funciona de martes a domingo, de ocho de la noche a seis de la madrugada. Todo el mundo pasa alguna vez por allí y entre elles también se encuentra Charly García. La primera vez que asistió, cantó Fabiana Cantilo e inmediatamente la invitó a grabar con él. El Café armó también una comunidad. Córdoba 2547, donde se plantó, le debe una placa.
VIRUS ES SU PROPIO ESPACIO: EL CUERPO DESEANTE
Virus es la máxima expresión de la modernidad en el rock nacional. Esta banda platense, que en muchos aspectos lideró el panorama local de la década, despuntó en 1981 con una actitud muy frontal en un momento de acartonamiento generalizado. Sobre el escenario se ponía en funcionamiento un juego de seducción que atraía o alejaba, sin término medio. Virus resulta tan emblemático como Luca Prodan o Soda Stereo, solo estaban quizá a destiempo: antes. Fueron irónicos cuando reinaba la solemnidad. Fueron románticos cuando mandaba el desencanto dark. Grabaron su primer disco cuando su líder tenía treinta años, la misma edad en la que Charly disolvía Serú Girán.
Cantan como en un guiño al resto del mundo rocker: “No fumo, soy moderno”. Ellos están armando la audiencia del futuro. El “under” bien arriba.
LOS HEREDEROS DEL EINSTEIN: CEMENTO Y EL PARAKULTURAL
Cemento se abre en 1985 por los mismos creadores del Einstein, un año antes que el Parakultural, otro ícono de la época.
Organizan dos espacios: uno con el sonido a todo trapo, para bailar o hacer recitales; y el otro, la barra y el espacio para la conversación y la conexión entre la gente, con otro escenario, arriba del túnel para entrar a la pista.
La construcción de Cemento es toda una odisea. El piso es flotante, las paredes de cuarenta y cinco centímetros, y en un gran pozo se construye la pista de baile y un gran escenario que Katja secretamente construye para sus performances. A ese escenario se suben casi literalmente todas las bandas que pasarán a formar parte de la historia del rock nacional.
Chabán es quien las deja tocar y desplegar su arte. Quizá por esa razón los hechos que lo llevaron justamente a la cárcel y a su muerte con el incendio irresponsable de Cromañón casi dos décadas después son analizados con piedad y compasión por el mundo del rock que prefiere recordar al tipo que les permitió ir haciéndose famoses con generosidad y buen oído, cuando nadie les escuchaba ni aplaudía. Chabán, a pesar de su malogrado final, es un protagonista fundamental de la escena “under” y su nombre no merece ser cancelado. Es él quien concibe Cemento como un espacio interdisciplinario, multicultural y profundamente democrático.
La música en Cemento fue mutando a través de las épocas. Empieza siendo dark con los primeros chicos con los pelos parados, el mismo Charlie Nijensohn -su DJ residente- llevaba su cabello bien oscuro y con cresta.
Sentarse a escuchar los combinados de Nijensohn, aun sin bailar, es uno de los grandes y buenos programas que ofrece la noche de mediados de la década.
Albergó el primer espectáculo de La Organización Negra (Manuel Hermelo, Pichón Baldinú, Alfredo Visciglio, Diqui James, Enrique Calissano, Fabio D´Aquila, Daniel Conde, José Glauco, Gaby Kerpel y Fernando Dopazo), U.O.R.C. Teatro de Operaciones. El show constituye todo un acontecimiento, tipes entre militares y cibernéticos se meten con el público, lo amenazan, lo acorralan, tiran agua: es una performance despiadada de la tortura. Si bien todo el mundo sabe que está dentro de un cuento, el cuento por momentos parece correrse hacia lo real y no se sabe qué esperar de esos tipos. Un fondo de música tecno aporta un clima particular que enriquece el juego de imágenes que va conformándose.
El Parakultural abre un año antes en un sótano de la calle Venezuela que antes fue el Teatro de La Cortada con Omar Viola y Horacio Gabín a la cabeza de una troupe de freaks con una avasalladora creatividad, construyen el espacio sinónimo de la movida que tuvo lugar con la democracia: el destape porteño. El lugar absorbe, como ningún otro de la época, el movimiento teatral y musical que tuvo el privilegio y la visión de albergar los primeros shows de Los redonditos de Ricota cuando el pogo solo lo armaban decenas de fans también visionarios.
Además de los Redondos el espacio albergó los primeros trabajos de la diversidad feminista con Las gambas al ajillo y también queer con las actuaciones extremas de Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese y Batato Barea, tres transformistas, poetas e histriónicos actores que son ovacionados noche a noche, recitando poemas propios y de consagrados poetas rioplatenses como Alejandra Pizarnik, Marosa Di Giorgio, Néstor Perlongher o Alfonsina Storni.
En 1989, tiene lugar un evento que marca a la generación de los nacidos en la mitad de la década del 60, los que elijen el flúo al negro: la Primera Bienal de Arte Joven que tiene como protagonistas a muchos diseñadores de indumentaria y artistas visuales como Gabriel Grippo y Gaby Bunader. Después de los pases en el Centro Cultural Recoleta, donde tiene lugar la Bienal, todo el mundo va al bar Bolivia a encontrarse para celebrar la posibilidad de la pura expresión. Bolivia es cita de todes les que están en la vanguardia se homologan con su menú democrático: polenta y vino de damajuana. Su factótum, Sergio de Loof, es anfitrión también de rockers habitués como Charly, Los Soda y Fito Paéz quien se cruzó la primera mirada de su vida allí mismo con Cecilia Roth.
La moda cala hondo en la época y el rock ya no es indiferente desde entonces a su vestuario, slcanza con ver los outfits que luce la banda de Gustavo Cerati o Federico Moura quienes coinciden en la poesía de sus canciones con las dramaturgias del deseo y del amor y de otro tipo de resistencia antisistema, sutilmente bordada entre sus letras.
Soda Stereo inaugura probablemente el primer videoclip artie inspirado por esta orgía celebratoria entre todas las artes donde confluyenel cine, la moda y la música. Inolvidable la pieza dirigida por Alfredo Lois para La ciudad de la furia, ese video en blanco y negro que exhibe una Buenos Aires que supera su propia belleza. El rock también se romantiza, roza con aspectos injustamente considerados banales o frívolos. Pero: ey, bienvenidos y benditas esas letras novedosas.
El Club Eros creado por Roberto Jacoby (letrista de Virus) y el artista visual Sergio Avelo preceden a las raves que estallan en las décadas siguientes y comienzan a tomar notoriedad los Djs como músiques que no sólo “tocan” rock: elctrónica y drum & bass hacen mover los cuerpos en los dancings.
El rock arma en estos espacios una banda de sonido, un clan de músicos asistiendo al show de artistas de otra expresiones, el rock es anfitrión y albergue y se acurruca en el despertar de la época junto al rugido atragantado de otres artistas pero la herencia más destacables que les entrega a elles, como una transfusión de sangre vital y política, es el rescate y la vivencia del concepto banda pero banda como comunidad solidaria.
Sí, “all together ahora”, sella y cierra la movida del “under” que al poco tiempo será deglutida por el mercado que aún todo lo puede, pero esa es otra época sobre la que este texto, impreciso y arbitrario, no va a detenerse.