Lo primero que se puede afirmar de la nueva novela de Cristina Civale (Buenos Aires, 1960) es que en Una historia familiar no hay eufemismos. Cuando se narran escenas de violencia, aparecen de manera evidente los golpes, la humillación de la víctima y el placer sádico del agresor. Si se trata de una escena sexual, el erotismo adopta un tono hardcore, donde las cosas son llamadas por su nombre. Y las circunstancias familiares, a las que en apariencia alude el título de la novela, cobran un relieve de tragedia griega ambientada en los barrios coquetos de la ciudad de Buenos Aires. ¿Dónde sino en una historia familiar se encontrarían casos de incesto, de soberbia sin control, de ira gratuita y desprecio?
Para Bautista, el padre de Cynthia Doce, su hija es apenas “otra hinchapelotas, otra demandante, otra necesitada”. A Leo, el violento chef con el que convive, ella le parecerá lo que le parecen las demás mujeres: “otra conchuda”. Y para su madre, la abnegada enfermera Sonia Aubele, Cynthia representa no sólo un peligro para ella misma sino para el resto del mundo. Una historia familiar cuenta el lado siniestro de las historias familiares con ambivalencia y humor. Mediante un pulido mecanismo de puntos de vista, que incluye fragmentos cursis del diario íntimo de Cynthia y permite el cruce de perspectivas contradictorias, la narración avanza de manera zigzagueante. No por nada la protagonista es una joven alcohólica que custodia un trauma desde los quince años. Ese trauma es, además, la razón de su vida y de su embriaguez. Cynthia está enamorada de su padre. Con él mantuvo relaciones sexuales a escondidas de la madre que, sin embargo, estaba al tanto de todo.
En los primeros meses del año 2000, en uno de los encuentros semanales con Bautista, su padre le advierte que cambiará, en los albores del nuevo siglo, de vida y de familia. A partir de un llamado telefónico a una vieja amante (y ex socia en un fraude con obras de arte falsificadas), Bautista se enteró de que es padre de un hijo varón. Por él dejará su vida junto con Sonia, quien de todos modos esperaba un desenlace así para su matrimonio con el pintor, y se alejará de Cynthia. Pero esto último no será tan sencillo.
“Intento cuestionar a quien cuenta la historia, el lugar de dónde vienen esas voces y, sobre todo, a enfatizar que son una construcción ficcional”, señala Civale. Esa construcción adquiere, bajo la forma de una novela urbana, ribetes de tragedia. Cynthia, como una Electra rechazada, no quiere tanto vengar al padre como vengarse de él. Cualquier medio a su alcance puede resultar útil, pero ninguno tanto como el que le ofrece el propio destino. “Con el tiempo supe que lo mejor que podía brindarme un hombre era un blanco para el desquite”, piensa la protagonista.
La novela está escrita bajo un estado de sospecha sobre lo que hombres y mujeres se pueden dar unxs a otrxs. En ese sentido, es revelador el personaje de Leo, el chef psicópata que quiere recuperar a toda costa a su hija (esto es, sobre el cadáver de la madre de la niña si es posible). Cuando encuentra a Cynthia en un estado de inconsciencia por haber bebido de más, piensa en salvarla sólo para salvarse a él mismo luego de haberla violado. “No pensaba en el padecimiento de Cynthia, pensaba en cómo ese sufrimiento lo perjudicaba a él.”
Para Civale, contar una historia o varias historias familiares “fue una apuesta a cuestionar la naturalidad impuesta al concepto de familia; Una historia familiar no es familiera, quise rajar de ese lugar común”. También como en las tragedias, el cuerpo va hacia delante al encuentro del destino, un cuerpo rebelde y disidente que no tiene muy claro el motivo por el que desea encontrar la raíz de los conflictos. Quizás, como piensa Cynthia, sea para darle un punto final a la historia familiar. “¿Pero acaso -se pregunta?, ¿las historias algunas vez terminan?” ~
Cristina Civale
Una historia familiar
Milena Caserola
Publicado en el suplemento Las 12 del periódico Página 12 en diciembre de 2016.