«Poemas póstumos» es -por suerte para el lector- un título contradictorio: la autora está viva. Según la RAE que cada vez es menos real, menos academia, y apenas española, “póstumo” es un adjetivo que hace referencia al hijo que nace después de la muerte de su padre, o a la obra que sale a luz después de la muerte de su autor.
Y sin embargo, la condición de “póstumo” en este libro se cumple: la autora escribe en una lengua intervenida por ella, la lengua del presente (este feliz presente continuo /lívido de aire), inclusiva, la lengua del pasado para contar la muerte (la nada/ me saluda), y en suma, una lengua propia (me recibe/ me bienviene).
Cristina Civale traza un camino desde el nacimiento hasta esa muerte intuida, de alguna manera próxima (será knock out /o no seré más ésta /ni ninguna ni otra), cuando admitimos por las malas -más que por las buenas- que somos mortales. Por eso se queja en ocasiones que le falta el aire, que le faltan las palabras. ¿Y a quién no, después de cierta parte de la vida?
«Poemas póstumos» es un libro desesperado y desesperante; habla de lo que tememos y de cómo lo que tememos, nos teme. Del final de la madre propia, que se lleva con ella la luz de la voz y te deja en el desierto, el empezar otra vez, pero sin madre. Tal vez los versos más bellos de este poemario:
“la muerte es Alaska
en invierno
desolada
fría
incómoda
oscura
imposible
hielo impenetrable
miterioso
tierra nocturna
tu muerte”
Nadie saldrá incólume de este libro. Que es lo que una le pide a un buen libro. Y que hace pedir a su autora, un nuevo libro posterior a éste, aunque éste lleve el título de “póstumo”.
del prólogo de Patricia Suarez