por Hernán Carbonel
La carrera de Cristina Civale es heterogénea, interdisciplinaria y profusa. Licenciada en Comunicación y en Letras, con estudios cinematográficos en Argentina y Cuba, dirigió media docena de cortometrajes y fue guionista de destacadas series televisivas en España y Argentina. Fue y es parte de reconocidos medios gráficos de nuestro país como El Periodista, Página/12, Tres Puntos, Clarín y Acción, además de publicaciones internacionales como El País de España e Il Manifesto de Italia. Gestora cultural y activista feminista, obtuvo el Diploma al Mérito de la Fundación Konex por su conocimiento en artes visuales contemporáneas.
Ha publicado una veintena de libros, entre los que se destacan Chica fácil, Hijos de mala madre, Perra virtual, El hombre de mi vida serás tú, Adiós América, Crónicas desde la frontera y Las mil y una noches, una historia de la noche porteña. Sus últimas publicaciones –poesía, novela, cuento, ensayos– llevan el sello de la editorial independiente Milena Caserola: Cuentos alcohólicos, Microfelicidad y otros relatos, Las tipas, Una historia familiar, Mujeres artistas que cambiaron la historia del arte, Los crímenes posibles y Los días felices.

Justamente a través de Milena Caserola, acaba de salir el poemario Los días después. «La poesía de Cristina Civale es contundente, visceral y honesta. Atraviesa un estado de una perturbación que, en el uso de un lenguaje destilado, a veces lúdico, a veces mordaz, se vuelve descubrimiento», dice Enzo Maqueira en el prólogo, titulado «Una artista de lo profundo».
Es que los poemas de Los días después están habitados por lo sexual, el cuerpo, lo pesadillesco, los miedos, las contradicciones, la despedida y el regreso, la vida y la muerte. Catarsis, sorpresa y resurrección, esas pulsiones que nos arrastran al límite de nuestra humanidad, el hospedaje en la lengua.
Civale se sumerge y flota, se detiene y observa, surge y emite, golpea y se aleja. Juega con las formas, en las aliteraciones («una magia negra/ trucha/ me embauca/ no me mancha el chasco/ que no/ chilla/ ni/ chamusca/ ni chorrea») y en extensos poemas de líneas segadas, versos cortos, de apenas una palabra, para que la palabra respire («impune /injusta /maldita»). Ensambla tomate y River Plate, Airbnb y bomberos, abracadabra y planicie terracota, lo falso y lo inevitable, lo pestilente y el helado favorito, balcón y picana. Una poesía que es «nube tormentosa/ energía/ fantasma de sábana sucia/ vampira desdentada».
La autora «se revela en este libro», dice Maqueira, «como una poeta recienvenida al género en el que, sin embargo, hace gala de una madurez». Porque «nadie espera/ nadie me recibe/ ni de este lado/ ni de ese otro/ hacia donde me dirijo». Pero la poesía de todos modos es recibida, porque más allá de los muros, de las ruinas, de los despojos, es permiso, es acogida. «No se fracasa mejor/ se fracasa/ y punto», dice, quizás enfrentándose a aquella máxima de Beckett que concluye: fracasa mejor.
Nueva refutación del tiempo mediante, los capítulos se escalonan de atrás hacia adelante: primero el V, luego el IV, por último el 0. «Aún no es la hora de partir», se lee en el prólogo. Y no, no lo es: es la hora del lenguaje. De escribir. De buscar en la poesía esa pulsión, esa sustancia que nos arrastra y a la que, por ahora, no le hemos encontrado otra denominación que no sea vida.
Publicado en la revista Acción, agosto 2025