Considerado por la crítica local e internacional como uno de los nuevos conquistadores de la imagen, divide su vida entre el arte y la solidaridad. Su trabajo fotográfico va acompañado de una gran implicación humana, que se convierte en un documento social, y el reportaje social a la vez se convierte en un proyecto artístico.
A éste fotógrafo le atraen los espacios urbanos despoblados, sin gente, con la huella de sus habitantes, actuales o de otras épocas, labradas en las paredes y en el aire. A este fotógrafo le gustan las periferias de las ciudades, le gusta trabajar en gran formato analógico y le gusta Buenos Aires. Nació en Ginebra de padre suizo y madre napolitana. Pasó gran parte de su vida viviendo en el cantón italiano de Suiza, por eso se considera más tano que helvético, y aterrizó en Buenos Aires en 1995 y cuatro años después, llegó para quedarse.
En el 95 se instaló por seis meses gracias a una beca. Su trabajo consistió en realizar treinta retratos de artistas contemporáneos, con la ayuda de Laura Buccellato, directora del MAMBA (Museo de Arte Moderno de Buenos Aires), fue conociendo a los artistas contemporáneos porteños mientras los retrataba. La ciudad y sus artistas le tiraban y así en el 99 llegó para quedarse.
Hablo de Gian Paolo Minelli que acaba de ganar el segundo premio de fotografía del Museo Caraffa de Córdoba, el primer premio fue compartido por Res y Esteban Pastorino.
Los premios también son una cuestión de gusto, y para mí la obra de Minelli constituye la mejor pieza, y sin cuestionar el jurado, es la única sobre la que me interesa hurgar y de paso, indagar un poco en la vida y producción de este fotógrafo suizo-argentino, una producción artística que cada vez se va afianzando más como una de las más originales y virtuosas de las producidas en esta zona del mundo y quién sabe si también más allá.
La obra en cuestión la tomó Minelli en una fábrica de armas abandonada en la actual República Checa. Se trataba de una fábrica de la época comunista. Fue un trabajo por encargo; quien se lo encargó había visto su serie sobre la cárcel de Caseros, la cárcel ya vacía y a punto de ser dinamitada. Su visión convertía esos espacios de supervivencia y castigo en instalaciones que resignificaron el espacio original y lo convirtieron no en un registro documental sino en una obra abstracta del más vanguardista arte contemporáneo.
Un procedimiento similar aplicó Minelli en la fábrica checa. Me cuenta que lo impactó la inmensidad del edificio, las oficinas tenían solamente un kilómetro de largo. Fue en ellas donde realizó la toma que se llevó el premio. El lugar abandonado y revuelto tenía por ahí un toner (esas máquina que cargan de tinta las fotocopiadoras) y el toner había estallado sobre la pared. Allí fotografió Minelli y nadie podría decir que es una pared de una fábrica de armas. La textura de la obra parece un Jackson Polock monocromo, una verdadera creación y voltereta sobre un espacio creado para otra cosa.
Pero Minelli no sólo acumula premios y prestigio por estas obras delicadas y preciosas, es bien conocido por trabajar solidariamente desde el arte.
Cuando llegó a Buenos Aires para vivir se pasó un año sin sacar una sola foto. Caminó de punta a punta la ciudad y también recorrió sus márgenes. Así fue como llegó a Villa Lugano. El nombre fue lo primero que lo inquietó “Lugano es una ciudad suiza en la que pasó algún tiempo- y la Lugano de Buenos Aires es la macrociudad “aunque es un barrio- más poblado que todas las ‘luganos’ del mundo. Es así como Minelli se interesa por este espacio y especialmente por Piedrabuena. Allí llega de la mano de un documentalista suizo Manfredi, que ya estaba por retirarse, y terminó su carrera haciendo un documental sobre el Padre Mujica, un relevamiento de su obra y de los recuerdos de quienes fueron ayudados por él. Así es como Minelli, rubio y blanquito, entra con una buena carta de presentación a un espacio de difícil ingreso. Allí monta un taller de fotografía acompañado siempre por los más intrépidos habitantes del barrio. El espacio le permite a los habitantes encontrar desde el arte algo más que hacer que tomar paco. Minelli se compromete a tal punto con el proyecto que realiza, además de los registros conocidos del barrio, un trabajo casi de fe fotográfica. Planta su cámara pesada sobre un trípode e invita a los habitantes a que se autorretraten, ellos disparaban el obturador, pero la cámara estaba plantada por el artista. Estos autorretratos descargaban furia en el disparo de la toma y también devolvían a cada retratado su propia imagen, los sacaba de la invisibilidad de su pobreza y marginación a través de un acto puramente artístico.
En Piedrabuena también Minelli monta el Galpón Colón. Un galpón medio abandonado por el Teatro Colón, un espacio donde depositaban escenografía en desuso. Primero lo toman y emplean la utilería para muchos trabajos. El Colón finalmente lo desmonta y quema o destruye “egoístamente- todos esos materiales que podrían haber servido a la gente del barrio para diversos usos.
Actualmente, tanto el galpón como el taller, casi se manejan solos con la fuerza de un par de muchachos de Piedrabuena, especialmente por Luciano Garramuño, un nombre que aparece una y otra vez en el relato de Minelli con una gran carga de admiración y respeto.
La serie ‘Playas’ es una de las más inquietantes realizadas por Minelli. No hay arena, ni sombrillas, ni mucho menos mar. Se trata de playas de estacionamientos plantadas en lugares donde alguna vez hubo edificios. Minelli se fascina con los techos, con las media sombras que protegen a los coches del sol y la lluvia. Y nuevamente tampoco vemos allí esas playas de estacionamiento sino unos registros aparentemente abstractos hechos a partir de espacios bien concretos. La serie se exhibió con mucho éxito recientemente en la galería Zaveleta Lab, galería que representa al artista.
Actualemente Minelli, gracias a una baca francesa, está ultimando un trabajo que realizó en la periferia parisina “los famosos y aguerrido beneliui, donde viven los hijos de inmigrantes de tercera generación, franceses por derecho propio, pero marginados por el gobierno xenófobo francés. Su aspecto europeo de tipo rubio y blanquito no le sirvió de mucho. La periferia francesa está cargada de rabia y cualquier ‘otro’ que intenta acercarse no es bien recibido. Así Minelli llegaba a las 7 de la mañana y sólo podía trabajar tres horas, hasta las 10, antes de que la cosa se pusiese pesada. Imagino que a esa hora la gente ya empezaba a poblar las calles y todos veían una amenaza mutua: pobladores y fotógrafo.
Esta serie será en breve exhibida en la galería Zavaleta Lab y Minelli todavía no cuenta mucho de ella. Está bien que quiera mantener algo de misterio sobre su próximo trabajo, un artista que habla con franqueza y parece en el cara a cara muy poco misterioso.