En 1999, su hija Silvia llevó a su casa a un galerista. La puerta del taller de Ides estaba entornada y el galerista se coló con su curiosidad de tal. Había una pintura terminada y preguntó de quién era. La hija le contestó: «Es de mi madre». El hombre malinterpretó la respuesta y volvió a preguntar con más precisión. «No de quién es. Quién la pintó» y la hija volvió a repetir la respuesta, que ya tomó otra dimensión. «Mi madre.» Luego de eso, uno de los secretos mejor guardados de la pintura argentina contemporánea salió a la luz. Ides nunca había dejado de pintar desde que tuvo uso de razón pero tampoco tuvo necesidad ni deseo de exhibir su obra. Pintaba sólo por el gusto de hacerlo. Sus obras de gran formato y colores estallados se hicieron famosas, se vendieron envidiablemente en 2000 en la feria arteBA y desde entonces -ya tenía más de 80 años- su producción no pudo estar separada de la apabullante venta de su obra.

Ides nació un 10 de julio de 1917 en Santa Fe. Su padre era sueco y trabajaba en empresas agrícolas que lo llevaron al Chaco, y luego a Corrientes, donde Ides pasó su infancia en un medio agreste que recuerda como paradisíaco. La madre, Clelia Brunet, era argentina de origen suizo. Los colores de la infancia así como su exquisita educación de colegio inglés no la abandonaron nunca. Se inventó su nombre «Ides» y mantiene en el misterio el que figura en su partida de nacimiento.
Sus estudios formales fueron muy exigentes. La madre no estuvo muy convencida con que fuese pintora por eso cursó tanto el Conservatorio Nacional de Música como la Escuela de Bellas Artes. Estudió con maestros reconocidos y de probado talento como Battle Planas, André Lhote, el catalán Puig y el informalista Kenneth Kemble.
Esta mujer menuda, de gafas de gruesas monturas y vincha -sellos de su coquetería- presenta en su página web su obra como series: la de los pizarrones (pizarras sobre las que se leen algunas operaciones matemáticas), la de los arabescos (elementos icónicos como figuras de banderines, círculos de color, pianitos), la serie negra (fondos negros atravesados por líneas). Pero si se le pregunta cómo definiría su obra, dice que lo suyo es el universo pictórico y por eso entiende sus cosas personales: una definición calculadamente imprecisa, extrapolable
Los juguetes de Marcela se puede visitar hasta el 16 de julio. Allí exponen 20 óleos figurativos fechados en los 70 que nunca fueron exhibidos en público. Son pinturas hechas «a pedido» de su nieta Marcela. Ides las creó por el pedido casi tiránico de una nena de dos años que la visitaba y que le «dictaba» los contenidos y los temas.
En estas obras vuelve a quedar en claro que Ides Kilhen es dueña de un lenguaje plástico que bebió de las conquistas artísticas del siglo XX, cruzado con una creatividad fecunda donde el mundo del juego no le es en absoluto ajeno. Esta condición lúdica se puso literalmente en lienzo en las siestas de los años 70 cuando cuidaba a su nieta y juntas fueron creando este mundo mágico donde una vez más Ides vuelve a sorprender con una obra de sello personalísimo, desentendida de los mandatos del mercado y que responde a la vaguedad abstracta y exquisita de su mundo privado, de donde nace su universo que, sin embargo a pesar de abrevar de una fuente privada ya es universal y mundialmente cotizado.

Publicado en Diario Z.