Territorio Civale

escritora, periodista, nómade

Barcelona y el fin de la utopía

Cuarenta y seis artistas contemporáneos plantaen a través de sus obras la realidad de el hombre , la ciudad que habita y sus nuevas contradicciones. Las grandes urbes y el malestar en la cultura.

El Centro de Cultura Contemporánea de Barce-lona, CCCB, es un lujo con el que cuenta la ciudad condal. Temporada tras temporada se su-ceden exposiciones, muestras de cine, festivales con artistas de todo el mundo, coloquios, que precisamente conjugan el concepto de lo contemporáneo.
Todos estos proyectos proponen una reflexión desde el arte sobre la contemporaneidad y además cuentan con una puesta de excelencia. Me resultan inolvidables todas y cada una de las que allí visité. Recuerdo con gran emoción la dedicada a los escritores y las ciudades de las que pude visitar las referidas a Kafka y Praga y a Borges y Buenos Aires.

Viví un año entero en Barcelona -entre 2003 y 2004- y la visito periódicamente. Soy habitué y fan del Centro, ubicado en pleno barrio del Raval, cerca de las galerías de arte contemporáneo más vanguardistas y a una cuadra del Museo de Arte Contemporáneo. También el Raval es el barrio de las putas, los inmigrantes y los chinos: un combo vibrante para toda ciudad que se precie conjugar los vaivenes del mundo contemporáneo.

Ahora el CCCB vuelve a alegrarnos la vida con otra de esas muestras que van a resultar inolvidables.

Josep Ramoneda, director del CCCB, y el crítico de arte cubano Iván de la Nuez, acaban de inaugurar la exposición Atopía. Arte y ciudad en el siglo XXI. Allí un total de 168 obras, entre pinturas, fotografías, esculturas, videos e instalaciones de cerca de cuarenta artistas contemporáneos (Sergio Belinchón, Oleg Dou, Andreas Gursky, David Lachapelle, Rogelio López Cuenca, Thomas Ruff o Philip Lorca-di Corcia, entre otros) abordan la sensación de malestar del individuo ante la ciudad que habita y que no representa ningún paraíso utópico.

Atopía, el término que le da título, significa «desubicado», «sin un lugar concreto» y, como explica Iván de la Nuez, suele utilizarse especialmente en el contexto médico para referirse a alergias o dermartitis sin ubicación concreta en el cuerpo. Es, a la vez, lo contrario de la utopía; la atopía no se sueña, sino que se padece. «La exposición es un relato, pero no está hecha por artistas que hablan sobre el malestar urbano, sino desde este malestar», explica De la Nuez, que recalca, al igual que Ramoneda, la intención que han tenido de dejar hablar a las obras por sí mismas con un mínimo hilo argumental que «no apela a una relación conceptual o teórica entre las piezas, sino que busca provocar una relación emocional que crea el espectador».

‘El término atopía -insisten los curadores- alude precisamente a esa disociación entre el medio urbano y quienes lo habitan, a la resistencia del ciudadano frente a la apoteosis urbana en la que se ve sumido’.

‘Las grandes urbes “afirman- pierden sus funciones como espacio de encuentro y realización para convertirse, según el punto de vista de Atopía, en lugares que conducen al fracaso y la pérdida de identidad’.

Pero fue Iván de la Nuez el que quizá dijo las palabras exactas para poder explicar la sensación que se tiene luego de visitarla. Lo dijo el día de la inauguración, la semana pasada: ‘Atopía es muestrario de soledades». Y sí que lo es: en parte por la melancolía que desprenden buena parte de las obras y en parte también, porque eso es, en cierta manera, en lo que se ha convertido la ciudad contemporánea, un no lugar, un no lugar que nos expulsa.

Así es, la ciudad se individualiza y se convierte en un ente con vida propia; el individuo pasa a convertirse prácticamente en un mero objeto masificado.

Pero demos un paseo por la exposición.

Una primera sección de la muestra, bautizada como La ciudad vs El habitante explora la tensión entre el artista-individuo y el entorno en que reside ejemplificada a través de sujetos que se enfrentan al hecho urbano bien repitiendo sus rutinas hasta la extenuación o bien buscando evasión allí donde puede.

La segunda parte, La ciudad sin habitante, presenta una ciudad postmoderna, abstracta y casi abandonada a sí misma. El habitante sin la ciudad hace referencia a las grandes soledades en medio de la multitud, a los sujetos perdidos o convertidos en seres mecánicos en medio de megalópolis casi descomunales. En las ciudades en que los individuos pierden su rostro, sin respuesta, sólo el poder tiene cara, de ahí su peligrosidad.

La última sección, Apoteosís urbana, alude a la ciudad como espacio posible, concebida desde una mirada lúdica pero no frívola por creadores como Lozano-Hemmer o Daniel Canogar.

Están por ejemplo, las imágenes sobrecogedoras de los edificios que quedaron a medio construir en Guangzhou; las afueras residuales de cualquier parte de Montserrat Soto; el paisaje del inmenso vertedero de México de Andreas Gursky; los reflejos en las ventanas de hotel de Nuno Cera, y los fotomontajes de las aldeas flotantes de la bahía vietnamita de Halong de Dionisio González.

El individuo y su soledad aparecen también en las esculturas, un algo revulsivas, de los niños viejos de Enrique Marty, en las estéticas fotografías con reminiscencias de los años cincuenta de Erwin Olaf y en las imágenes cubanas, originalmente hechas para una revista de moda (la mezcla de artistas es uno de los aciertos), de Phillip-Lorca di Corcia.

Nos duele pero la ciudad actual dio a los artistas un amplio catálogo de malestares para disfrutar en soledad.

Josep Ramoneda concluye para explicar por qué ahora es tiempo de Atopía: «Tuve la impresión de que había un cierto cambio en el arte contemporáneo, que he ido corroborando en visitas a otras exposiciones, en el sentido de que empezaba a recuperar las emociones, las ideas estéticas. Como si hubiera ahora una dimensión más pasional en el arte después de este largo periodo de conceptualismo, procesos documentales y arte político que hemos vivido. Nos pareció, además, que el arte actual expresa muy bien este encuentro del habitante, que no siempre es ciudadano, con la gran ciudad, muestra este malestar de la cultura moderna que es ya casi sólo urbana».

De ahí el énfasis de los dos curadores en resaltar que no hay textos en el montaje de esta exposición, que puede visitarse hasta el 24 de mayo. «Ha habido un exceso de explicaciones en el arte contemporáneo», dice De la Nuez. «El arte que se tiene que explicar me resulta sospechoso», añade Ramoneda. Así pues, ni textos explicativos ni contextualización de la obra o del artista. «Para esto ya está Google», comenta De la Nuez.

Y no es ningún chiste.

Publicado en La Forastera, de El Argentino

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